Tal vez, lo que más me preocupa de mi generación –y las futuras– es la facilidad a la que nos entregamos a la apatía. Es muy fácil decir en estos días que me da flojera esto o lo otro, es muy fácil desplazarlo para mañana. ¿Qué carencia hay? ¿Qué es lo que falta en estos días, para obligar a un nuevo impulso, al desarrollo de algo nuevo? ¿Estoy hablando al aire? Muchos de los grandes escritores, tuvieron que vivir una guerra o épocas como la revolución industrial. Hubo un acontecimiento en su época que de alguna manera, modificó su estilo, les dio una temática. Eran hombres que podían captar fácilmente, las preocupaciones de su tiempo

En cambio, ¿cuáles son nuestras preocupaciones? ¿La globalización? ¿Las consecuencias de la guerra en Iraq? ¿La deshumanización al entregar nuestra energía vital a un ordenador día tras día? Si, esas suenan factibles. Vivimos una saturación de información (como diría un buen amigo mío). Él sostiene que antes se vivía un oscurantismo del conocimiento, ahora es al revés, vivimos una saturación del mismo. Los chavitos nada más necesitan prender la máquina, buscar en Google y voilá, ya tenemos la tarea del día de mañana. Tan sólo adornamos un poquito con nuestras propias palabras o hacemos un collage de párrafos para tener un trabajo mediocre. Y no necesitamos más, resolvemos las tareas inmediatas en dos segundos.

Ya no existe un “¿por qué?” Ya no hay un momento de imaginar o de cuestionarse. Estamos educando a las generaciones para erradicar eso totalmente, en aras de la practicidad y la efectividad. ¿Es válido el sacrificio? ¿Eso era lo que querían nuestros padres para nosotros? Si nos vamos desde el romanticismo, donde Swift escribe un ensayo satírico donde propone que tengamos a los indigentes como ganado para erradicar el hambre… hasta nuestros días, donde el que tiene hambre es porque no tiene acceso a la información saturada. Hay una diferencia. A cada generación, los padres de los padres se preocupaban por una mejor calidad de vida y a su vez, se dio un paternalismo para proteger al hijo. Un cambio de enfoque drástico: ya no morirás a los treinta años según la tasa, hoy en día puedes vivir hasta ochenta.

Lo cual no es absolutamente malo. Después de todo, tenemos más vida. ¿Vida, para vivir qué? Nos hemos quitado una disposición esencial a sobrevivir a ambientes extremos… ya no hay aventura, ni camino a oscuras, ya no hay necesidad de tomar riesgos. Tenemos acceso a la información, podemos leer lo que necesitemos en el momento, cualquier duda puede ser respondida, la información recogida y analizada para ajustarse a nuestro criterio. Ya no hay necesidad de un aprendizaje, puesto hay alguien que lo ha desglosado antes. Ya no hay una capacidad de síntesis, puesto alguien lo hizo antes que tú. Ya no puedes soñar la solución, porque encuentras, así de sencillo, diez mil personas que lo soñaron o hasta pusieron en práctica.

Se está muriendo la curiosidad y poco a poco, sólo queda un pedazo de nosotros al que podemos llamar humanidad. Los sentimientos, el alma, la psique, como desees llamarlo. Eso también nos lo están quitando, en cierto modo… es más práctico abrir el MSN para hablar con alguien, que irle a ver. Es más práctico el e-mail que una carta, y por lo mismo, eficaz e inmediato. Es impersonal, es frío, pero por eso, nos venden el programa con el que podemos adornar con sonido, imágenes y saturar de belleza nuestro escrito. Adelante, hagámoslo personal en este mundo impersonal.

La única aventura que queda, el descubrimiento de si mismo como ser humano… poco a poco también será desplazado. Entre más nos leamos, veremos como nuestra forma de pensar es similar. Es una individualidad ya estructurada para dar un resultado. Una medición de las actitudes y del pensamiento, somos producto de nuestra propia raza y así nos veremos consumidos. La apatía, es la aceptación o la ignorancia de estos puntos. Y también es el conocimiento.

Para matar la apatía, necesitamos hacer caso a nuestra ignorancia y conseguir el conocimiento, sufriendo un poco. Un sencillo impulso para descubrir una nueva aventura.