Ser un indigente enturbiado por un sueño y decepcionado de la maldad del hombre por su amor al dinero, le enseñó el camino de su siguiente vida. Y es que Dios, ¿quién no quiere ser Dios por un día? ¿quién no ha querido quitarle el mando al Santo Padre y mandarlo a descansar, de preferencia, a las Bahamas para que aprenda lo buenito de la vida y así nos tenga a todos viviendo, a su imagen y semejanza? Nah, nah, nah. Nada de que la vida sería menos interesante, no… seamos honestos: todos queremos vivir en un continuo paraíso y dejar de sufrir en esta vida de lágrimas. Quien diga que le gusta sufrir y llorar en sus días, con una sonrisa amplia y enorme, por favor… deje de ser masoquista y leer mails cadenas, hacen daño mortal a la psique.

Así fue que Dios, el de a de veras, con todas y sus múltiples personalidades (Padre, Hijo y Espíritu Santo)… preguntó al Arcangel Gabriel—: Hijo, ¿quién viene? Siento una paz interior inmensa, siento la cúspide de la espiritualidad y el ascetismo personificados.

—Otro Cienvidis antropomurfus, mi Señor —respondió Gabriel.

—Hace muchos años que no viene uno, ¡me voy volando de vacaciones a las Bahamas! Y por favor Gabriel —Dios alzó su ceja celestial y se movieron los vientos (bendito Dios que escuchó estas mortales letras)—, esta vez si lo vigilas, no dejes que cause muchos estragos.

—Si, mi Señor —respondió Gabriel, con la frente un poco sudorosa. Así Dios se desapareció y subiendo por la escalera al cielo, llegó nuestro Dios protagonista.

El Arcángel Gabriel extendió sus alas, para que no le temblaran mucho, además quería verse imponente y celestial. Así, tal vez, evitaría que este hiciera su Santa Voluntad como los anteriores que habían venido y se redujera a escuchar instrucciones. El trabajo de Dios debía ser preciso y perfecto, así estaba puesto en la Biblia (manual de instrucciones por el cual el Padre había puesto varias quejas, sin embargo nunca le resolvían).

Este llegó igual que los otros —notó Gabriel y bajó sus alas cansinamente—: admirando la estructura celestial con las ajas alzadas y asintiendo despacito, diciendo en voz baja: “Ajá, qué interesante… necesita remodelación”.

Dios tomó el trono y Gabriel se arrodilló ante Él.

—¿En qué puedo servirle, mi Señor?

—¿Cómo te llamas, muchachito?

—Me llamo Gabriel, mi señor. Si usted recuerda, yo fui el que…

—Si, si Gabriel. Espera, tengo que meditar. Estoy un poco desacostumbrado a mi omnipresencia y debo agarrar vuelo para observar a mis hijos terrenales. ¿Sabes lo mal que está la Tierra? ¡Es terrible allá abajo! Finalmente, he decidido tomar cartas sobre el asunto. ¿Sabes qué allá abajo aprecian al dinero, más que a mi? ¡A MI! Su Padre buenito y celestial… —se quedó callado.

Y después, —como con todas sus vidas— su memoria se dispersó y olvidó su discurso sobre el dinero. Tan sólo miraba a los hijos en la tierra, con su mirada que está en todas partes (y me refiero en todas, no saben a cuántos millones cachó haciendo cosas en el baño. Del uno, del dos, fumando marihuana o fumando a escondidas nomás, a otros con su pareja, ¡hasta tríos! Si, mariachis orinando todos en una misma tasa porque habían agarrado un santo pedo… pero ajem, esas cosas no son de Dios y no me corresponde a mi describírselas).

Entre ellos, había un hombre difuso. Un hombre que perseguía a otro que cambiaba de vida en vida, pero le prestó poca atención. Debía mirarlo todo.

Ya dominada la omnipresencia o la omnisupervista… alzó sus Manos. Debía practicar las otras cosas… la que más le interesaba, la omnipotencia.

Alzó un dedo…

y ¡YEEEEEPEEEEE! ¡UE UE UE UA! ¡ADIOS JAPÓN!

Gabriel observó, su rostro era el perfecto rictus de horror.

Dios rió un poquito avergonzado— Güey… quien iba a pensar que iba a tirar Japón. Esto está bien denso…

—Ese no es el Lenguaje para hablar, mi buen Señor —dijo Gabriel, todavía en un estado confuso. Ninguno había destrozado a Japón antes. Tal vez una isla desierta, pero ¿todo el pinche Japón enterito?

—Disculpa, mi querido vicario. ¿Quién iba a pensar que con mis dígitos celestiales, tendría un poder terrible sobre mi omnipotencia? —meditó Dios y alzó la mano izquierda, ¡YIPPY! ¡SO LONG, SO LONG USA!

No está por demás decir, que abajo era un caos, ¿cierto?

Y el pobre Gabriel miró como nada más se partían las aguas y se hundían los Estados Unidos de América completitos, con todo y estados. Ahora si sentía el Temor de Dios en carne propia. Las alas se le desplumaban y empezó a correr de un lado a otro, con las manos alzadas, como la gallina descabezada en que Dios lo transformó por culpa del cienvidis antropomorfus anterior. ¡Pero este era peor! ¡Este era muchísimo peor!

Mientras tanto, Dios se reía a carcajadas eternas en su trono celestial. Quien sabe por qué le parecía tan divertido destruir países enteros y que nadie pudiera detenerlo. En su estado eufórico, aplaudió y en la Tierra los cielos se hicieron rojos y empezaron a caer lenguas de fuego.

—¡Ay no! ¡No adelante el Apocalipsis! ¡No, no, no! ¡Mamá! —gritó Gabriel y se arrodilló.

Sin embargo, Dios en su vista que todo lo ve… encontró a un hombre desgarbado, sentado en un escritorio y escribiendo. No veía lo que Él estaba haciendo, ¿por qué? ¿Por qué ese hombre no le tenía miedo? Fue así, que bajó del cielo ignorando los palateos y chillidos de Gabriel en el suelo de nubes, y se presentó ante aquel hombre, tan terrible como era. Bajó como la luz de la Verdad y el Amor al temor. Pero aquel hombre no le-hi-zo-ca-so.

En la Tierra, seguían cayendo las lenguas de fuego y se abrían los mares, que portaban pescados muertos.

—¿Quién eres, hijo? —preguntó desafiante.

Sin embargo, el hombre, un hombre joven de no más de treintaitrés años y vestido con una gabardina, un chaleco y lentes de fondo de botella, alzó una mano para que no le interrumpieran y bebió vodka de una botella que tenía en su escritorio. En la Tierra, se alzaron los grupos religiosos y todos miraban al cielo, esperando que Dios bajara con efectos especiales.

—¿Quién puedes ser tú, para qué no me escuches a mi? —preguntó Dios, pero el hombre le ignoraba.

En la Tierra, se eligieron a 144,000 hombres que habrían de ir al cielo. Claro, lo hicieron entre ellos y empezaron a matarse entre pedradas. Dios aumentó el poder de su Belleza, pero el hombre no hizo caso, estaba muy ocupado con su cuaderno y lo que fuera, que estaba escribiendo.

—Dios mío —dijo Dios, sin entender la ironía—, este hombre definitivamente me está ignorando. Tiene un poder mayor del que jamás tendré… porque sencillamente no me ve, no me escucha. Carajo, ¿es qué existo acaso? —Dios se sentó en el suelo, cruzando las rodillas, rascándose la cabeza—, ¿si no existo para todos los hombres, cómo puede ser que sea una autoridad omnipotente? —Dios movió una mano en el aire y murieron otros treinta cristianos. En los cielos se escuchó el grito de Gabriel. Dios cuando tenía una duda existencial, era muy cabrón—. Pero soy una autoridad omnipotente, ¿no es así? ¿cuándo fue la última vez que me miré al espejo y me dije: soy feliz, te quiero mucho y me di muchos abrazos? ¿Es más, por qué soy Dios? ¿Por qué no puedo ser un hombre como ese? —Dios señaló con su dedote a aquel hombre y fuuuuummmm, ráfaga de viento que tiró la casa. Pero aquel hombre, seguía sentado y escribiendo en su libro sin inmutarse—. ¿Cuándo pedí ser Dios? ¿Por qué tengo que escuchar los lloriqueos y los rezos de los padrecitos: “¡Ay, qué me gusta esa muchachita pueblerina de quince años! ¡Ojalá no fuera célibe! ¡Ay, qué me gusta Miguelito el monaguillo! ¡Pero es que le pusieron judías a mi sopa, joder tío! ¡PECADO, PECADO!”. ¡Por favor!

Entonces, dejó de ser Dios y desapareció, dejando el desastre para que Otro pudiera arreglarlo.

Mientras tanto, el Dios de a de veras, regresó a su trabajo. Miró a Gabriel berreando y con el maquillaje corrido, un poco decepcionado.

—Deja de llorar, tenemos el backup.


Si, en su siguiente vida sería un filósofo ateo atormentado por sí mismo.