Es cuando ella le platicaba que se la imaginaba con una sonrisa. Cuando ella le contaba de su día o le decía de antemano lo que él pensaba contestar… disfrutaba mucho imaginársela con una sonrisa y no pensaba que era posible imaginársela de otra forma. En su mente resolvía el rompecabezas y soltaba pistas silenciosas para recuperar más piezas, sin que ella lo supiera… y después la sorprendía al decirle las cosas que ella no esperaba que él intuyera con tan solo los vestigios de los frugales encuentros que se suscitaban entre los dos.

En la ausencia de ambos, encontraban su compañía. Los mensajes que se mandaban servían para seguirse el rastro todo el día, como un aroma de café que les envolvía, que se les presentaba cada vez que cerraban los ojos al respirar. Ahí estaban unidos, en su ausencia.

Se perseguían como elfos en forma de viento, ella al mirar atrás podía ver el cuerpo de él confundirse con la brisa… él se espantaba cuando la flor de los cerezos formaba la silueta de ella. No podía ser que la estuviera viendo en todas partes y aún así, se reconfortaba. Se limitaba a una discreta sonrisa, porque temía que si se abrazaba a sí mismo en público, le juzgaran loco… pero loco, es que loco ya estaba.

Ella ya hablaba sola cuando caminaba de noche en las calles. Él ya le respondía en silencio con una mirada, cuando veía su reflejo en el autobús. Y es que pronto ya no necesitaron mandarse mensajes, porque era así que la estrecha cadena invisible, como aquella que ató a Fenrir, los ató a ambos y ésta vez no había dios que pudiera detener el encantamiento.

Porque era así de grande la ausencia que había crecido en ambos y se reían al saber cuánto les unía.

¿Dónde estarás hoy? Preguntaba él al afeitarse. En el trabajo, respondía ella mientras se tomaba el café. ¿Regresarás temprano a casa? preguntaba él mientras se hacía el nudo de la corbata. Si, para extrañarte mucho respondía ella, deseando estar con él para enderezarle el nudo mal hecho.

Y en las noches, cuando la ausencia del cuerpo era aún mayor, ambos sufrían de fiebres que les retorcían las extremidades y les arrancaban el aire de los pulmones. Tan alejados por el estrecho espacio-tiempo, se acercaban aún más por métodos metafísicos. Las manos de él acarician el aura de ella, y ella pasaba sus labios por el karma, él se amamantaba del cosmos y ella se entregaba a una misa negra como la que escribió Gutiérrez.

Al terminar se miraban a los ojos y se daban el beso de los buenos días, beso que se perdía como la distancia se pierde en la ausencia.