Hace un momento reflexionaba acerca de varias cuestiones y ahora no puedo recordar ni una sola. Es común, mi querido diario, sobre todo mi mente que está carente de orden. No soy de los que guardan las chispas creativas en cajones, como lo hace el pato en el país de las matemáticas. Por supuesto que algunas veces, sonrío divertido y me imagino mi cerebro lleno de cajones, con papeles desordenados, cuadros de Dalí en el fondo y delicioso helado de chocolate derretido en cada mesita profesional.

Mi mente es un chiquero y lo que es peor, me agrada.

Todavía estoy en ese proceso, pero ya hay veces en las que puedo sentarme y escribir, y escribir y no escuchar, no leer. Sencillamente escribir. Como si un pulpo estuviera en el cerebro y acomodara las ideas a mi antojo, como yo las quiero escuchar, sus tentáculos moviéndose entre filas de papeles y ordenándolos en mis dedos. Adelante, escriban, no nos importa el tiempo, pueden pasar las horas y yo envejecer un poco más cada día, pero estoy escribiendo. No dejar que las manos descansen, no dejar que la mente detenga la imaginación.

Ya tengo parte de mi mente en las manos, parte de mi alma y parte de mi sentimiento. Ahora debo darlos completos, ¡Carajo no!, ¡Debo darlos más! ¡Mucho más!


No me dejes caer. No ahora. ¿Creen en los fantasmas? Yo si, como ferviente escéptico, creo en los fantasmas. Manifestaciones de energía ectoplásmica que vuelan alrededor con una sábana blanca tapándoles el verdadero rostro. Ojos, ojos que miran. Cada quien imagina a sus fantasmas. Yo me imagino a los míos devorando mi pasado y adueñándose solo de momentos específicos. Son fantasmas que rompen el contexto del yo y se vuelve su yo. Arrastro todos los días, preguntándome mis recuerdos y los fantasmas ponen los candados en el momento justo que yo quiero entrar.

“Lo siento, ya está cerrado joven”, responden burlonamente.

Y todos los días me prometo que otro día voy a regresar a ver si dejan abierto.


Recuerdo ahora uno de mis flashes del día de hoy. Hay circunstancias de las que me lamento, pero cuando estoy de buen humor y mi autoestima es alta, me pongo a pensar en los universos paralelos, en el número infinito que debe haber de estos y en esos otros yo que deambulan en el mundo. Por ejemplo, puede que en algún universo exista un yo que sea adolescente, apenas descubriendo su maniaca depresión ó… en otro universo yo hubiese nacido en España y mi nombre sería Boris Santiel. O probablemente en Alemania y sería Karl Bohrs (Carlitos). Universos paralelos donde él léxico fuera distinto, o los perros evolucionaron primero y nos tratan de sus esclavos. En otros universos pudimos haber desarrollado alas, pero no el lenguaje escrito. Nuestro mayor sueño no sería volar, sino querer contarlo al mundo Ícaro. Contarle al mundo que volamos.

Universos en donde hubiera tenido un hermano que hubiera sido raptado por desobedecer y en el que yo me hubiese sentido responsable. Universos donde no fue raptado y yo, me daba cuenta de estos universos paralelos. Esto sería de tremenda utilidad si tuviera un hermano, me alzaría la moral.

Universos donde yo me hubiera criado en un asilo de viejos, en compañía de un cocinero que me descubrió en Lyon un día de verano. Las moscas volando sobre mi indefenso cuerpo y el cocinero dispuesto a aventar agua puerca sobre mi, cuando un rayito de felicidad se ve en sus ojos y aún no lo sabe, pero querrá ser mi padre.

Universos donde yo soy un dinosaurio de cerebro grande y escribo con los troncos de los árboles. Las posibilidades son hermosas y como dije, infinitas. Y estoy seguro que cualquier Simon Dor, Karl Bohrs o Boris Santiel está sonriendo en este momento.